Llueve, el viento sopla desconsiderado sobre el parque desierto y el cielo rompiéndose por los relámpagos crea formas fantasmagóricas; las copas de los árboles extienden sus ramas, llorando sin piedad, sobre el mojado suelo; el silbido del aire se cuela por sus oídos y revolotea en la caja de cartón donde se amontona, acurrucada, la camada.
Apoyado en ella, intentando resguardarse del agua que le empapa sin piedad, Julian tirita, cierra los ojos y su mente le devuelve el horror grabado en su memoria.
Un fuerte estruendo alborota la aldea, la gente corre sin dirección fuera de las casas; la luz de los disparos y de las bombas ilumina las paredes caídas y los escombros mientras que las caras del miedo vagan sin rumbo, y él, perdido entre ellas, sin saber como, llega al parque.
Los cachorros, con el pelo aplastado por el agua no paran de llorar y su llanto le encoge el corazón y olvida su propio frío.
¡¡ Si al menos tuviera un paraguas !!
A lo lejos un gran árbol deja caer, de sus tupidas ramas, escasas gotas de lluvia; cogiendo la caja se refugia debajo de el, saca a los cachorros y abarcándolos con los brazos intenta cubrirse con la empapada chaqueta en un intento inútil de librarse de la lluvia.
El temporal comienza a amainar, entre las nubes el sol, timidamente, se va asomando y el sueño le vence abrigado por

Y Julian sueña, sueña con cientos de paraguas que bajan del cielo paralizando las malditas bombas, y ve bailar a Gen Kelly y la cara sonriente de Mary Poppins que con un gran paraguas en una mano y un bolso mágico en la otra, se acerca a los gatitos y los esconde en el.
El ring-ring del despertador le hace saltar de la cama; todo ha sido un sueño.
El sol brilla espléndido a través de los cristales, la chimenea de la alcoba luce sus agonizantes rescoldos y la cesta engalanada para la ocasión abriga a la gata que duerme apaciblemente esperando el parto.
Se asoma a la ventana y ve a la gente caminar tranquila, disfrutando de la serenidad que hace tantos años les trajo la paz.