El Piano

martes, 31 de marzo de 2009

ENCUENTRO INESPERADO

Aquel vídeo nos había mostrado unos saltos de agua impresionantes en mitad de la selva y tras los preparativos, cargados de ilusión, emprendimos el viaje.
La selva nos acogió misteriosa y excitante, sus malezas y altos árboles nos impedían ver apenas unos metros a nuestro alrededor. El sol timidamente se filtraba entre las espesas ramas que altivas y enamoradas se enredaban unas con otras. Nuestros pantalones, estrenados para la ocasión, solo eran trozos de tela jironados y descoloridos, las mochilas parecían haber engordado haciéndose cada vez más pesadas. La fatiga nos iba atrapando haciendo nuestros pasos lentos y torpes.
No podíamos estar muy lejos, hasta nosotros llegaba el olor húmedo y el chapotear del agua al caer desde lo alto.
¿ Cómo salir de esta encrucijada de lianas y hierbas en que habíamos caído?
Imitando a los héroes de las películas , tantas veces vistas, nuestras manos inexpertas hacían bailar los machetes cercenando todo lo que se ponía a nuestro paso.
Fue en un abrir y cerrar de ojos que la planicie apareció adornada de altas montañas, preñadas de musgo, se alzaban cubiertas por cortinas imparables de grandes cascadas.
¡ Lo habíamos logrado ¡ El sol, que se escondía, hizo de nuestros pasos lentos largas zancadas.
Montamos las tiendas, encendimos fuego y con alegres canciones y algo de comida festejamos nuestra llegada.
El rumor del agua y el buen vino, que alguien sacó del macuto, consiguieron que nuestros ojos se fueran cerrando.
No se quien dio la voz de alarma, pero el grito nos hizo despertar. Mochilas tiradas, ropas esparcidas por el suelo, platos rotos, restos de comida entre los arbustos y enfrente de nosotros ellos: los monos.
Una familia entera de monos alrededor de la cascada hacía piruetas, unos bailaban con torpes pasos, otros tumbados en el suelo se movían como si se rascaran la espalda, algunos intentaban hacer el pino, un pequeño chimpancé saltaba de liana en liana dando alaridos que semejaban carcajadas. Y el olor, un olor penetrante al buen vino de nuestro campamento.
Era un espectáculo ver aquellos seres disfrutar ignorantes de su travesura.
Nos miraron, sus manos extendidas nos llamaban, nuestro miedo, encubierto por la intriga, no nos impidió llegar hasta ellos.
Era evidente que estaban ebrios, pero sus achicados ojos marrones brillaban de manera especial y su gesto de sonrisa se aliaba con ellos haciéndonos entender que sus manos extendidas eran sinceras. Bailamos, reímos, jugamos con ellos y como no, aún en ayunas, terminamos de beber el poco licor que quedaba en nuestras botellas ya casi vacías. Su comportamiento caprichoso y juguetón, tan parecido al hombre, nos hizo olvidar su parte de animalidad.
Hoy cuando visito el zoo vuelven a mi retina sus gestos vivaces, su mímica alegre y pienso que aquí encerrados echarán de menos, lo mismo que yo, aquella cascada que la selva misteriosamente reservaba para ellos.

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