Era una casa bonita con grandes ventanas y vista ajardinada, sus pequeñas habitaciones y su barato alquiler ero lo ideal para mi. Además era sorprendente porque todo funcionaba al ritmo de mi pensamiento, si quería encender una luz, antes de dar al interruptor, se encendía; si quería darme una ducha, esta empezaba a disparar sus chorros sin que hubiera abierto el grifo; hasta la despensa obedecía mi deseo, su puerta se abría y yo solo tenía que alargar el brazo y coger aquello que quería.
Llegué a pensar que era maga, que el poder de mi mente era extraordinario, a punto estuve de ir a la t.v. a contarlo, la idea de llamar a la prensa rondaba por mi cabeza.
Pero una mañana, al salir de la ducha, en el espejo del lavabo, dibujada sobre el vaho, una pequeña y perfecta margarita despedía su olor.
Me quedé absorta hasta verla desaparecer, hasta que su aroma se evaporó.
Y no solo cada día se dibujaba una flor en el espejo, cada noche al retirar el cobertor de la cama, un pétalo de margarita se envolvía en mi camisón.
Era extraño, todos estos fenómenos no me producían temor, al contrario, las suaves apariciones y los delicados olores penetraban en mi pecho haciendome soñar con un enamorado inesistente.
Cuando acurrucada entre las sábanas cerraba fuertemente los ojos deseando dormir, le invocaba.
- mi querido fantasma- le llamaba yo
y el acudía a mí, envolviéndome en abrazos, su imagen difuminada y etérea me hablaba en un lenguaje sin palabras desde un mundo al que yo no tenía acceso. Todo esto hacía de mi despertar una pesadilla.
Por la mañana miraba el reloj de mi muñeca y las agujas parecían no andar, esperaba de nuevo el anochecer con ardor y deseo.
Noches vacías de tiempo y cálidos abrazos llenaron mis años. Jamás volví a desear alguna caricia que no viniera de el.
- mi querido fantasma- quiero ir contigo y vivir en tu mundo
-no, aún no es el momento- me respondía con su penetrante mirada.
Pero..... mi corazón cansado de esperar decidió pararse y una noche, fundida en su imagen, me fui con el al lugar de donde no se retorna jamás.
Desde allí, juntos los dos, no dejamos de poner pétalos de olorosas margaritas en una pequeña cuna etérea, inesistente, donde un pequeño fantasmita duerme feliz bajo el inesistente y etéreo susurro de una nana.