El Piano

jueves, 25 de marzo de 2010

CUANDO NOS CONOCIMOS

Sus pupilas de un negro intenso me hipnotizaron y su voz cálida me impidieron levantarme del banco.
Fue una conversación banal, sin perspectivas de nada, pero interminable; ni ella ni yo podíamos deshacer el embrujo que nuestro inesperado encuentro había provocado.
M e habló de su niñez, de su adolescencia, de su trabajo y de sus sueños; yo la correspondí del mismo modo y sin apenas darnos cuenta el manto del ocaso nos envolvió. Cabalgamos juntos en el perfume de la noche; dulzura, amor, pasión, magia y un sueño inexistente nos llevó hacia la aurora. La mañana nos sorprendió en un abrazo y un adiós sin palabras fue el último testigo de aquel encuentro.
Recuerdo que cuando nos conocimos ella me dijo:
-" Te doy el punto final. Es un punto muy valioso, no lo pierdas. Guardarlo en tu corazón, ahí estará seguro. Cuando estés preparado úsalo y decide, te dejo a ti la elección. Podemos ser peregrinos del mismo camino y si tu quieres dejaremos que el amor nos ate con sus lazos y nos envuelva con su olor".
Hemos atravesado el tiempo y aquel punto final marcó el principio de un sereno y largo
peregrinar.

martes, 23 de marzo de 2010

MI PRIMERA VEZ


Yo ya lo sabía pero tuve que poner cara de asombro y expresión asustadiza, era lo que se esperaba.
El color de la cara de mi madre se mudaba como un intermitente del pálido al rojo y su voz, ausente, intentaba salir haciéndolo a trompicones; su confusión era evidente, debía de estar preparada para el acontecimiento, pero la debió de sorprender.
El tabú, arrastrado durante siglos, la hizo vulnerable y tuve que " echarle una mano"
Cambié mi cara de asombro por una sonrisa y mi expresión asustadiza se desvaneció.

-Se lo que es mamá, no tienes que explicarme nada. Ya soy mujer.

La radio, a lo lejos, sonaba muy bajito y la noche derramaba su perfume por los rincones de la habitación.
Silenciosas y pequeñas lágrimas de alegría resbalaban por sus mejillas y un fuerte abrazo fue la recompensa al pequeño dolor que yo ignoraba me acompañaría durante años cada 28 días.
Nos sentamos al borde de mi cama y con lentas y tranquilizadoras palabras preparó mi mente para la increíble experiencia de pasar de la niñez a la adolescencia.
Me habló de las compresas, de los tampas, del amor, del comienzo de la sexualidad y de la fertilidad, me explicó como agradecer a mi pequeño útero su función; insistió en que si así lo hacía el dolor de parir se convertiría en gozo, en que no prestase oídos a las supersticiones y que desechara cualquier información que hablara de mi nuevo símbolo de feminidad como algo negativo y doloroso.
Y así lo hice y si... dio resultado.
Es un bonito recuerdo el de ese día, pero ni las lágrimas, ni los abrazos ni sus cálidas palabras impiden que venga a mi mente algo tan banal como
-¿ qué quieres que te regale este día ?
-un yogour, mamá.
Y jamás olvidé ni su charla ni el sabor de aquel regalo.

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