Yo ya lo sabía pero tuve que poner cara de asombro y expresión asustadiza, era lo que se esperaba.
El color de la cara de mi madre se mudaba como un intermitente del pálido al rojo y su voz, ausente, intentaba salir haciéndolo a trompicones; su confusión era evidente, debía de estar preparada para el acontecimiento, pero la debió de sorprender.
El tabú, arrastrado durante siglos, la hizo vulnerable y tuve que " echarle una mano"
Cambié mi cara de asombro por una sonrisa y mi expresión asustadiza se desvaneció.
-Se lo que es mamá, no tienes que explicarme nada. Ya soy mujer.
La radio, a lo lejos, sonaba muy bajito y la noche derramaba su perfume por los rincones de la habitación.
Silenciosas y pequeñas lágrimas de alegría resbalaban por sus mejillas y un fuerte abrazo fue la recompensa al pequeño dolor que yo ignoraba me acompañaría durante años ca
Nos sentamos al borde de mi cama y con lentas y tranquilizadoras palabras preparó mi mente para la increíble experiencia de pasar de la niñez a la adolescencia.
Me habló de las compresas, de los tampas, del amor, del comienzo de la sexualidad y de la fertilidad, me explicó como agradecer a mi pequeño útero su función; insistió en que si así lo hacía el dolor de parir se convertiría en gozo, en que no prestase oídos a las supersticiones y que desechara cualquier información que hablara de mi nuevo símbolo de feminidad como algo negativo y doloroso.
Y así lo hice y si... dio resultado.
Es un bonito recuerdo el de ese día, pero ni las lágrimas, ni los abrazos ni sus cálidas palabras impiden que venga a mi mente algo tan banal como
-¿ qué quieres que te regale este día ?
-un yogour, mamá.
Y jamás olvidé ni su charla ni el sabor de aquel regalo.
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