El Piano

viernes, 16 de diciembre de 2011

SOLO UN RECUERDO


El recuerdo, abrumado por el antiguo miedo, se acerca pausadamente a mí intentando esconderse en la profundidad de la memoria. Como un fotograma, las imágenes van apareciendo lentamente colocándose hasta formar la verdadera historia.
Años de persecución, de secuestros de ideas, de gritos en espontánea reacción ante las injusticias, de grilletes sellando labios, de carreras sin fin ante los guardianes del orden establecido, de pensamientos enclausurados, de reuniones clandestinas y compañeros anónimos con nombres falsos.
Es la noche del 30 de abril del año 68, la situación política internacional anda alterada y en Madrid se respira el silencio; el miedo danza a su antojo en todas y cada una de las células clandestinas que luchan sin tregua para recuperar la libertad.
Con 17 años hace tiempo ya, que me llamo Rosa. Hija de padres comprometidos y familiares encarcelados, mi cuerpo, mi mente y mi alma rebosan idealismo; el ansia de conseguir la libertad me hace intrépida e impetuosa y esta noche soy la encargada de colocar por las calles algunas pancartas con el lema " Viva el 1º de Mayo ", " Abajo la dictadura " y que sé yo cuantas cosas más.
Los palos de aquellas pancartas sobrepasan mi baja estatura, agarrados fuertemente con las manos espero el autobús que me llevará al punto de encuentro; son las 12 de la noche y sola, ante la parada, espero tiritando de miedo, se lo que me puede ocurrir si algún policía de uniforme o vestido de paisano me ve, me espera la cárcel y lo que es peor, el interrogatorio en los bajos de gobernación.
El viento sopla y el silencio de la soledad se rompe con el ruido del motor del bus, estoy a salvo, allí dentro no pueden verme. Se para, abre sus puertas, subo, me acerco al cobrador y al mirar hacia adelante, los veo, son dos, no me miran, están de espaldas y con cara de pocos amigos se están diciendo algo, sus tricornios me avisan que son guardias civiles y mis dedos empiezan a temblar dentro del monedero, las piernas se me aprietan intentando adormecer mi vejiga, pero no lo consiguen; el cobrador con mirada extraña pone ante mi una cara llena de interrogantes y yo grito por dentro -¡¡ no me hables, ignoramé, no preguntes que me pasa!! ellos volverán la cabeza, me verán y comenzará la pesadilla.
Debe de sentir mi mensaje porque sus labios no se abren, me da el billete y alargando el dedo me señala el último asiento, aquel en el que paso desapercibida.
Las pancartas las coloco con ayuda de Carlos, hoy llamado Alberto, espera escondido en un portal y tanto debe de ser, también, su miedo que no ve lo que mi vejiga ha hecho en mis pantalones.
Solo dos paradas recorrió aquel autobús hasta que los guardias civiles se bajaron, tan solo unos pocos minutos pero os aseguro que fueron los más largos y mojados de mi vida.

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