El Piano

miércoles, 2 de noviembre de 2011

IMAGINAR NO ES DIFICIL

En una ciudad cercana, cuyo nombre no os voy a decir, vivía un hombre con mucha imaginación; por su mente se paseaban tantas ideas que su cabeza a veces parecía que le iba a estallar, pero en aquella ocasión las muecas de dolor se transformaron en sonrisas.
¿ Qué pasaría si a las calles de mi ciudad les cambiáramos los coches por caballos ?
Tanta era su fantasía que veía los semáforos como postes de madera a los que habría que aplicar un dispositivo de diferentes tonos de relinchos con el fin de avisar a los peatones cuando deberían pasar; la contaminación acústica también sería diferente, ya no habría bocinazos solo se oiría trotar o galopar.
Las calles transformarian los garajes en establos, los talleres mecánicos en herrerías, en las tiendas de repuestos se ofertarían herraduras y sillitas de montar para niños y en los chinos
ya no se vendería pan sino heno y paja.
Reaparecerían lo
s herreros, aumentaría la plantilla de los barrenderos cuya labor se premiaría, al menos una vez al año, porque reciclarían el estiércol para hacer combustible y lo guardarían en espacios especiales de los grandes almacenes creados para tal ocupación, consiguiendo con ello aumentar el número de ventas de estufas y abaratando la factura del gas; claro que habría que crear un cuerpo especial de policía para el control de la amoniacolemia ya que tanto amoniaco, secretado en el asfalto, afectaría la serenidad de los caballos, aunque quizás para calmarlos sería necesario levantar, en varias de las esquinas, mancebías de yeguas, eso si, muy controladas por lo que el paro de los veterinarios disminuiría. También disminuiría la población y el dolor de cabeza nocturno que padecen a veces las mujeres, porque ese dolor ya no sería necesario al estar los hombres muy ocupados en tomar antiinflamatorios para curar sus partes nobles.
Llegado a este punto su imaginación echa el freno y agotado con tanta fantasía se adormece en el sillón. Pero no...la fantasía le sigue acompañando y sueña con calesas, se entristece pensando que los viajes entonces serían más largos, aunque a decir verdad, se fomentarían las comidas campestres y en vez de gasolineras habría fondas y abrevaderos, es más, el patentaría abrevaderos de dos grifos, uno de agua para los caballos y otro de cerveza para los jinetes.
Fue tanta la borrachera que se imaginó que de un salto se levantó del sillón y con la euforia que da el alcohol comenzó a reír, tan grandes fueron sus risotadas que creo que sigue con las mandíbulas desencajadas, pero eso si, aún se puede oir por la ciudad su exclamación
¡¡ cuantos caballeros habría !!

1 comentario:

Marina dijo...

:-) precioso e imaginativo cuento. Y una buena medida para terminar con la tan de moda contaminación. Convivir con los bellos animalitos y no terminar con nuestro sistema, que ya bastante hacemos los humanos, por destrozarlo

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