El Piano

miércoles, 29 de abril de 2009

ME ACUERDO

Muchos y agradables recuerdos viajan por mi memoria, acuden a mí acompañados de pausadas melodías y exquisitos olores. En medio de todos ellos, queriéndose colar para tener protagonismo, se asoman fugazmente recuerdos dolorosos. Mi voluntad logra esconderlos ¿ para qué evocarlos ? enterrados callan sus voces dejándome degustar las buenas sensaciones que a lo largo de mi pequeña historia me otorgó la vida.
Retrocediendo hasta los primeros meses puedo ver y sentir los arrullos que mi madre me daba, tumbadas en la cama, cuerpo con cuerpo, sus cálidos brazos me apretaban a unos pechos que se me ofrecían generosos.
la alegría y el cariño de los cantos que mi padre me dedicaba junto al amor y los juegos de mis hermanos hicieron de mi infancia algo inolvidable.
Más allá marcando el paso de la niñez a la adolescencia....... mi primer beso de enamorada.
Sólo tenía 13 años y ya hacía un año que mi joven amor me rondaba. Alto, delgado, con pantalón corto y cartera de tirantes, día a día me esperaba a la salida del colegio para acompañarme, en silencio, hasta mi portal, donde con los ojos chispeantes y timidamente me decía adiós.
- De hoy no pasa - se atrevió a decirme un día
- dame un beso.
Yo avergonzada negaba con la cabeza, pero tal fue su insistencia que claudiqué.
- Si apruebo los exámenes te lo doy - le dije.
Una semana eterna nos espero aquel beso.
Salieron las notas y el fiel y constante novio vino tras de mí hasta el instituto.
Allí estaba, destacando sobre los demás, mi APTO con sobresaliente.
Aquel papel fue el inicio de largas conversaciones y cálidos abrazos, pero antes de esto hubo que dar ese paso para nosotros tortuoso.
Decidimos que el mejor sitio para ello sería....... por ejemplo el parque del Retiro, allí había poca gente.
Nuestros pies, con alados calcetines, nos llevaron veloces hasta aquel bosque que creíamos vacío.
Pero no, había seis, siete u ocho personas, muchas para un primer beso furtivo.
Los árboles nos veían pasar bajo las ramas, sus arrugas parecían llamarnos
- aquí, aquí, yo os cobijo,
pero siempre aparecía alguien y el mejor de los momentos tenía que esperar.
Por fin, al dar la vuelta a un recodo, sin previo aviso, mi amor se lanzó hacia mí y con un tibio pero acogedor abrazo sus labios rozaron los mios,
Fue el preludio de muchos otros besos, quizás más apasionados, sin tantos miedos ni vergüenzas, pero el olor del parque y el sabor dulce, exquisito y entrañable de aquel primer beso, sellaron en mi corazón un recuerdo que al evocarlo aún hace temblar mi cuerpo.
¡¡Como me gustó !!

domingo, 26 de abril de 2009

A CADA PLATO SU RELATO

Cuando mi padre dijo - nos vamos al pueblo - los recuerdos dibujaron en mi rostro una sonrisa y evoqué las casas de piedra, los perros callejeando, los esquivos gatos, el lavadero bordeado de rosales, donde el jabón "lagarto" agrietaba las manos, las verdes explanadas cubiertas de sábanas blancas secándose al sol, y Naranjo, el asno, cargando en sus alforjas pucheros de barro con comida casera; el olor y el sabor de la panceta fileteada con navaja sobre una hogaza de pan, delicioso manjar que apenas me dejaban probar.
El pequeño coche familiar daba tumbos por la carretera vecinal que nos acercaba al pueblo. Atravesando altos pinares conseguimos llegar a la ermita, situada a las afueras junto a las eras.
La casa de mis tíos se podía divisar desde allí. Alta y de piedra se alzaba indiferente al ruido del motor. El olor a caballerizas se filtraba por las ventanillas y el sol, implacable, bañaba las eras, que mecidas por el escaso viento,
levantaba sus pajas haciéndolas revolotear a nuestro alrededor.
Escasos metros me separaban de lo que hasta ahora habían sido mis recuerdos, El patio cuajado de claveles, el zaguán, oscuro y fresco, donde el botijo era el habitante de honor, el hogar con olor a madera quemada y guisos lentamente cocinados, las enormes habitaciones llenas de baúles con mil tesoros imaginados, y el establo escondite de mis juegos donde Naranjo dormitaba feliz.
Soñaba con el amanecer, con el despertar, un buen tazón de malta con leche lleno de pan sopado y un ligero lavado de cara sería suficiente para salir a jugar al campo.
En la calle, buscando piedras preciosas , observaría atenta el desayuno de mis primos,que alegres, bajo el sol recién nacido, tomaban siempre lo mismo, no se si antes en la cocina tomarían leche o café, pero allí sobre una piedra estaba el porrón luciendo su color rojo y en las manos una navaja y un trozo de tocino que cortaban con gran soltura.Debo confesar que pasaba cierta envidia.
Jugando, frente al establo, pasaría la mayor parte de la mañana mientras impaciente esperaría la hora de montarme en Naranjo, la hora de la comida, la hora de ir al monte.
Encima de sus alforjas, bordeando con mis piernas los pucheros calientes, caminaríamos hacía los pinares donde con arte los vecinos del pueblo recogían, en pequeños tiestos, la resina.
Una vez allí un silbato llamaría a los hombres que trabajaban, mientras las mujeres, a las que yo pretendía ayudar, estenderían un mantel en el suelo y colocarían sobre él los pucheros y como no, un buen plato de tocino entre vetado que daba un toque de apetitosa gula a la peculiar mesa.
Por la tarde, después de hacerle descansar sobre paja fresca, me montaría en Naranjo y él paciente me daría vueltas bordeando el pueblo. Siempre tenia una bondadosa mirada para mí y con su hocico, simulando risas, me mostraba sus grandes dientes mientras que de su garganta salían rítmicos rebuznos.
Eran veranos felices, llenos de olores y sabores, hoy lo que con más nostalgia recuerdo es aquella panceta con hogaza de pan que apenas probaba y a la que mis ojos de niña miraban con deseo, y como no, a Naranjo, el asno, que paciente y cariñoso cada día me dejaba montar en él.

miércoles, 22 de abril de 2009

DULCE DISCUSIÓN ( basada en un relato anterior)

Manuel, de mercadillo en mercadillo, hacía semanas que se había ido de casa.
Tania, la gitana, cuidaba a sus cuatro churumbeles y limpiaba escaleras de algunos payos que vivían en grandes casas. Por las noches apenas sonaba el timbre del teléfono lo descolgaba, ansiosa, por escuchar a su gitano.
- ¿ cómo están los churumbeles ?
- te echan de menos
- en cuanto arregle la fragoneta voy pa ya
- ¿ vendiste todo ?
- no, aún no, me quedan unas cuantas braguis, estas payas son mu agarrás
- y los malecotones ¿ cómo van ?
- ¡¡ podríos !!
- ¡¡ ay, mama !! seguro que los pones mu baratos y no se fían
- ¡¡ que va !! que se ve que son frescos
- pos vente pa ca, a los churumbeles les va a salir la barba y además no se acordan de ti
¡¡ ainnsss, mi gitana !!.......... que no puedo
- a ver ¿ por qué ?
los frenos de la fragoneta tan estropeaos
- ya te dije que la llevaras al taller
- y lo hice, pero no me llega el parné
- no, si querrás que te mande yo algunas perras
- pos no estaría mal, aquí los primos quieren que invite de vez en cuando, digo yo
- pos que te inviten ellos
- ¡¡ ainnss mi gitana, que agarrá eres !!
- y de las zapatillas ¿ qué ?
- na, si es que son números mu bajos y no entran en los pies de las payas
- pos las estiras con cartones, que te lo tengo dicho
- mi gitana
- ¿ qué ?
- que me acordo mucho de ti
- ¡¡ ay mama !! y yo de ti que las sábanas tan mu frias
- pos así tienen que seguir hasta que yo vuelva
- pos ven ya, que el primo de al lao las quiere calentar
- ¡¡ ay mi gitana !! que ma pones celoso
- pa eso lo digo
- pos mañana mesmo meto las braguis, los malecotones y las zapatillas en una caja y sin frenos ni na voy pa ya
- ese es mi Manuel. Así, decidio. Estoy segura que con los celos que me tienes eres capaz de venir sin frenos y aterrizar encima de mi
- ¡¡ mi gitana !!
- ¿ qué ?
- na, que te quiero
- ¡¡ ay mama !! y yo a ti.

miércoles, 15 de abril de 2009

UN DIA DE SUSTO



Me llamo Marina y tengo 10 años. Vivo en un barrio de una ciudad muy grande y bonita. Tiene muchos árboles
de donde caen unas florecillas blancas que me gusta comer y mi calle está llena de tiendas pequeñas, la del "Donato" el tendero, la de la "Soco" la cacharrera, donde compro los sacis y los chicles y también cambio las novelas de guerra y los cromos de mi hermano. Hay una farmacia y la señorita Elda que nos despacha es muy simpática. En la esquina hay una vaquería con un olor que nos marea mucho pero a mi me gusta mirar dentro cuando Paco, el lechero, ordeña las vacas, porque la leche cae a un cubo gris de metal desde unos pezones enormes y hace mucha espuma, las oigo mugir y eso no me asusta pero sus ojos tan grandes a veces me miran mucho y quiero salir corriendo. No se si algún día me atreveré a decirle al lechero que me deje tocarlas, quiero hacerlo pero tendrá que estar él a mi lado por si me muerden o me dan con su rabo tan largo.

A veces las saca a pasear por mi calle, llevan unos cascabeles y los niños los oímos y entonces corremos a verlas y nos entra la risa porque Paco lleva un palo y les da con él en el culo.
El otro día pasé mucho miedo, mi mamá me había hecho un abrigo rojo muy bonito que hacía juego con un gorro que era rojo también, y como era domingo me lo puse para ir a la iglesia del cole.
Cuando salí a la calle yo miraba mis zapatos de charol que me gustan mucho y estaba embobada con ellos y no oí los cascabeles pero si los mugidos y volví la cara y vi muchas cabezas con cuernos muy grandes. En la radio había oido que los toros siempre van al color rojo y que te atacan, así que salí corriendo y gritando y me metí en un portal, llame a una puerta que yo no conocía, la señora que abrió me preguntaba que por qué lloraba pero yo no podía hablar del susto, me sentó en una silla de la cocina y me dio un vaso de agua mientras intentaba que dejara de llorar, también me ofreció galletas y poco a poco se me acabaron las lágrimas, entonces le conté que venían muchos toros detrás de mí y como mi mamá me había puesto mi abrigo nuevo que era rojo me daba miedo que me atacaran, ella se sonrió y me cogió de la mano, me llevó hasta el balcón y me dijo que mirara, entonces vi a Paco dando con el palo a un culo y oí los cascabeles y me eché a reír porque aquellos toros no eran toros eran las vacas del lechero dándose un paseo.
Después el susto se me pasó y la señora y yo nos reímos un buen rato.
Desde entonces todos los domingos que me pongo mi gorro y mi abrigo rojo subo a casa de María y ella me da galletas que me como sentada en la silla de la cocina mientras que las dos nos morimos de la risa.

martes, 14 de abril de 2009

TIERRA

Me llamo Gaia, nací un día sin principio ni fin en medio de una mágica explosión del universo, mi padre.
Nubes algodonadas y vientos danzarines acunaron mi venida mientras miles de haces luminosos y truenos ponían música de fondo.
Debí de ser hermosa porque enseguida un pretendiente comenzó a girar a mi alrededor, la Luna, pequeño satélite al que muchos gustan de llamar Selene. Bello pero tímido siempre me muestra la misma cara, no como yo que coquetamente giro alrededor de una bola de luz que cada día me hace cambiar de posición.
Era un lindo y agraciado mundo de extensas explanadas repletas de una arena fina como el talco, grandes y gigantescos bosques me llenaban de verdor, generando con su respirar vida incesantemente, montañas que con orgullo se elevaban a lo alto queriendo tocar las nubes, pequeños y grandes riachuelos correteaban traviesos inundándome de frescor y sonido; seres increíbles reptaban por mis verdes praderas mientras otros trepaban persiguiéndose divertidos entre los árboles, pequeños roedores horadaban la tierra para mecer a sus crías; al norte y al sur masas flotantes de hielo se erguían majestuosas cobijando, entre sus escalones, seres vestidos de etiqueta que caminaban a trompicones; el aire, repleto de oxígeno, impulsaba con gracia el bailoteo de las aves que en grandes bandadas volaban entre las nubes surcando mis cielos dibujando en ellos divertidas piruetas; el mar, como un gran zafiro azul y cristalino, dejaba ver su interior en donde multitud de peces, de diferentes tamaños y colores, hacían muecas con sus gordinflones labios al tiempo que con sus aletas parecían decir adiós; y envolviendo todo este mundo pleno de vida el cielo, de color intenso, ponía su toque regalándome cada noche infinitos farolillos de luces que parpadeaban haciendo guiños a mi pretendiente.
Todo era un proceso que se completaba entre sí perfectamente; todos convivían en calma, la vida se iba desarrollando lenta pero imparablemente hacía la armonía. Todo en mí era perfecto, pero....... la perfección aburría a los dioses y con el privilegio que tienen de hacer y deshacer no se les ocurrió otra cosa que crear un ser único e inteligente, capaz de pensar y utilizar aquello que inocentemente yo ponía a su alcance.
Al principio fue divertido, yo les veía crecer y multiplicarse al tiempo que exploraban mis entrañas, descubriendo en ellas tesoros escondidos: el fuego, los metales, las semillas, etc.
Poseían, como hijos de dioses que eran, conocimiento y sabiduría, utilizándolos sembraron campos, trabajaron metales, domaron el fuego, recogieron frutos de los árboles, se alimentaron de los peces de mis aguas y construyeron poblados y ciudades.
Yo como cualquier madre tolerante les veía hacer.
En tanto que su habilidad crecía, su interior se iba transformando. Por sus ojos se asomaron la codicia, el odio, la envidia y con todo ello hicieron un coctel donde la armonía y la paz no tenían cabida.
No sólo destruyeron mis árboles, contaminaron con productos venenosos mis aguas, cambiaron el azul intenso del cielo por un gris repleto de humo, minaron mi vientre con explosivos para sacar de él mi sangre y mis fluidos, consumieron mi oxígeno añadiéndoles sustancias irrespirables, horadaron mi atmósfera, rompieron mis hielos y extinguieron razas enteras de animales, también nació entre ellos el rencor y se sumergieron en grandes luchas donde los poderosos abatían sin piedad a los más débiles.
Yo gritaba sacudiendo mis mares, mis tierras, les mandaba avisos cada vez con más fuerza: terremotos, huracanes, riadas, inundaciones, sequías; pero el ansia de poder y de dominio no les permitía oír ni escuchar mis lamentos.
Hoy rota, casi destruida y apenas sin recursos quisiera hacer una llamada a todos aquellos humanos que sienten dentro de sí mi dolor, que palpitan a mi ritmo o, que luchan con ahinco por ayudarme, porque saben que ayudándome a mí se ayudan ellos mismos.
Mi llamada es un grito de advertencia pero, como madre que soy, también pongo en mis labios y mi garganta una inequívoca y prometedora palabra: ESPERANZAZA

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