Alta, esbelta y extravagante, Cruela-de-vil, lucía los abrigos de pieles sin ningún pudor. Su pelo, mitad blanco y mitad negro, hacía su rostro temible y sus manos enguantadas quemaban, sin parar, cigarrillos en largas pipas.

Artilugios y tretas ideaba una y otra vez para conseguir llenar sus interminables armarios con las pieles de los jóvenes caninos que correteaban, distraidos, por la ciudad.
No había cachorro que no corriera a refugiarse al sentir su olor y por alguna extraña razón, los blancos con lunares negros eran su obsesión.
Con la ayuda de dos truhanes, a los que tenía atemorizados, paseaba inquieta a la búsqueda de su objetivo y una marcada sonrisa que dibujaba su rostro, era la señal para la captura.

Y como esto es un cuento y debe de acabar bien, sabed que un buen día, todos los perros y cachorros de la ciudad, haciendo uso de una genial e inmejorable táctica, la rodearon, y ladrando todos a un tiempo, la dieron tal susto que su mitad de pelo negro se volvió blanco y alguna neurona de su irritable cerebro se debió de trastocar, porque desde entonces sus armarios están vacíos de pieles y solo luce en su elegante cuerpo abrigos de paño, eso sí ...blancos.
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