El Piano

miércoles, 3 de febrero de 2010

GEPETTO


Lejos quedaron los tiempos en que su pequeña carpintería se llenaba de alegres figuras infantiles. Las estanterías, siempre rebosantes de juguetes amontonados, atraía las miradas de los niños de la aldea.
Delgado y enjuto, trabajador y cantarín, había llegado al ocaso de sus días; su cuerpo espigado se arqueaba a pasos agigantados y aunque sus piernas eran torpes y a penas le obedecían, sus manos, aún ágiles, enloquecían a veces dando forma a pequeños muñecos a los que ponía nombre.
Aquel cuerpecillo de largas piernas y finos brazos al que había puesto engranajes, le hacía imaginar que se movía y las flores del recuerdo, con su aroma, le traían el deseo de abrazar al hijo que siempre anheló tener.
Cada noche soñaba que aquellas piezas de madera con forma de niño, se acercaba a él y acariciando su pelo y su barba, ya encanecidos, le susurraba al oído " papá".
Con la llegada de la aurora abría sus ojos, y sacando de entre las sábanas sus oxidados y envejecidos huesos, corría a mirar al pequeño muñeco al que había puesto por nombre Pinocho, con la vana esperanza de que hubiera cobrado vida.
Aquel día, las gotas de lluvia caían sobre su cara y cada gota era una caricia, una sonrisa o una palabra de Pinocho; tan grande fue su deseo que la idea de hacer de él su hijo, le empujó a correr, empapado y entumecido, hacia el taller, lo cogió entre sus brazos y cual no sería su sorpresa al escuchar " papá estas mojado ".
Desde entonces sé que el mundo de la magia puede convertir mis sueños en realidad, por eso nunca dejaré de soñar, aunque mis sueños sean pura quimera.

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