Negro como el azabache, las pupilas verdes sumergidas en un halo de amarillo intenso, con el rabo largo, peludo, y el lomo escaldado por la edad, el viejo y hambriento lobo sueña con el sabroso manjar. Sus largos colmillos, ansiosos, rechinan de hambre haciendo bailar los finos bigotes.
- me muero de hambre, estoy encogido- le chilla su desesperado estomago
- pues tendrás que esperar a que venga
- mira allí, esa ardilla está chillando que se la coman
- ¿ y aquel conejo ? fíjate que tiernito, si te lo zampas dejaré de chillar, descansarás y te podrás echar una dulce siesta
- la verdad es que está tentador pero... no, la esperaré
-¡¡ por dios !! que no puedo más, miraté en ese río, estás famélico, llegará un momento que no puedas sostenerte en pie
- es lo mismo, la esperaré
El sol se oculta tras las montañas y la noche se le viene encima. Ya es tarde, hoy tampoco vendrá. El viejo lobo se adormece contando los días que lleva sin comer y así con el estomago seco y enmudecido por la afonía, se sumerge en los días profundos de la eternidad.
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